Michel Sauval - Psicoanalista Jacques Lacan, Seminario "La angustia", Lectura y comentarios de Michel Sauval

Los objetos a en la experiencia analítica [1]

Jacques-Alain Miller

VI Congreso de la Asociación Mundial de Psicoanálisis
21 al 25 de abril 2008 - Buenos Aires, Argentina
http://www.amp2008.com/es/template.asp?textos/miller.html

Voy a romper el secreto: el título del próximo congreso de la AMP. Rompo el secreto con la indulgencia de la Delegada General. Después del "Nombre-del-Padre", será "Los objetos a en la experiencia analítica". De lo Uno (el Nombre-del-Padre), a los otros (los objetos a); la consecuencia es buena.  Y ésta no lo es menos por que toma al revés la consecuencia que se percibe al final del seminario La angustia y que va del "a", en singular, a los "Nombres-del-Padre" en plural. 

Padre freudiano, padre lacaniano

En las páginas finales del seminario La angustia resuena un homenaje muy singular al padre, un muy singular elogio del padre. El nombre de padre decora allí una función que parecería ser más bien la del analista. Es necesario releerlo para creerlo. El padre (cito a Lacan en la últimas páginas de su seminario X), es ese "sujeto que ha ido lo suficientemente lejos en la realización de su deseo como para reintegrarlo a su causa",  para reintegrarlo "a lo que hay de irreductible en la función del a". [2]  Esta frase es suficiente para ver que el padre lacaniano no es de ninguna manera el padre freudiano. El padre freudiano, es aquel que se sitúa en la escena de Tótem y tabú y que en esta escena aplasta el deseo de cada quien, que domina ese deseo, lo elimina. Se trata de un mito. En tanto que el padre lacaniano quiere ser algo mucho más cercano de la experiencia.

El padre lacaniano es aquel que realiza la normalización, la humanización del deseo en las vías trazadas por la ley, y eso supone en efecto que haya cesado de desconocer la función que tiene el objeto a en su deseo. ¿Es absurdo decirlo? El padre que se erige al final de La angustia es lo que llamamos hoy el Analista de la Escuela. Nada niega que Lacan no haya concebido el Analista de la Escuela como un Padre de la Escuela, en el sentido de que hay Padres de la Iglesia. Es un homenaje al lugar en el cual estamos, a Roma. No es necesario tomar todo al pie de la letra, sino que el "sujeto que ha ido lo suficientemente lejos en la realización de su deseo como para reintegrarlo a su causa"… No veo mejor definición de lo que esperamos de los Analistas de la Escuela que nombramos.

El Nombre-del-Padre, en primer lugar, ha sido encontrado y retomado por Lacan a nivel antropológico, bajo el estandarte de Lévi-Strauss, soporte de la función simbólica que, desde el inicio de los tiempos históricos, identifica su persona a la figura de la Ley. Se ha retenido eso. Pero veamos lo que esto implica como corto circuito cuando se recuerda que la Ley y el deseo son solidarios. El padre de la Ley es necesariamente también el padre del deseo, y la Ley de la cual se trata es aquella que es la condición misma de la prosperidad del deseo. Ciertamente, evocando estas frases de Lacan que leemos hoy, estamos lejos del cuestionamiento de la función paterna que ocupa el primer plano de nuestras sociedades luego de algunos años.

El formalismo lacaniano

¿Quién no sabe que el Nombre-del-Padre fue insertado por Lacan en una fórmula lingüística de su cosecha, la de la metáfora? Esta inscripción vale, como tal, como formalización. Ciertamente esta formalización está, si se quiere, aun en potencia, pero invita ya a la distinción del lugar y del elemento.

En primer lugar, el lugar denota la función; en segundo lugar, el elemento es sustituible, en el mismo lugar, por otro elemento. Y se podría decir que ya se encuentra allí en potencia la inscripción del Nombre-del-Padre como función del síntoma. Por tanto, el Nombre-del-Padre, si hemos podido ponerlo en el primer plano, con los guiones que hacen de él un significante en bloque, es por que ya es una función formalizada.

Es allí que es necesario darse cuenta que en el seminario La angustia, donde se despliegan en su cuarta parte, las cinco formas primordiales del objeto a, se encuentra una teoría del formalismo que se halla construida para hacer vacilar con ella la noción común. El formalismo, dice Lacan, no sería para nosotros absolutamente nada sin esta parte de nuestra carne que permanece necesariamente tomada en la máquina formal. Este pedazo, si se quiere, circula en el formalismo lógico. Es una parte de sí mismo que está tomada por la máquina y que para siempre es irrecuperable.

Esta parte, que llamamos a, pone en cuestión el formalismo como tal. Designa un límite interior irreductible a los poderes del formalismo. Digamos en nuestro lenguaje que esta parte –a– se inscribe en el formalismo, en la lógica, en tanto que éxtimo, es decir que a vale como lo informalizable de la estructura.

Este límite, que él había puesto, que lo había hecho ver, sin embargo Lacan lo sobrepasa. Se puede decir que los diez seminarios que siguen, del seminario XI al seminario XX, están consagrados a la edificación de una lógica propia del objeto a.  ¡Que inversión!

Y me decía que podría mostrar bien que Lacan ha perdido su ruta luego del seminario X, que este seminario había colocado un límite a los poderes de la formalización, el cual en seguida ha sido imprudentemente sobrepasado. Pero no lo diré por que no es eso lo que pienso.

Están ya en el seminario La angustia las coordenadas de una formalización posible del objeto a. No será sino por el entrecruzamiento de los círculos de Euler que sirve allí para distinguir las cinco formas del objeto a, del cual Lacan dará en el seminario XI, con la construcción de alienación y separación, la forma propiamente lógica a lo que se teje ya en el seminario X.

Sin embargo, hasta el seminario X, y especialmente en este seminario, el objeto a, en sus cinco formas, goza de un brillo particular, precisamente por que él no engrana aun en la maquinaria lógica y, al contrario, representa la parte irreductible de este formalismo.

Saben ustedes que el objeto a será tomado en los seminarios XVI y XVII en un juego permutativo de los discursos, donde desparece toda heterogeneidad de a; y eso se paga en la enseñanza de Lacan con una vacilación, con un rechazo, que consiste en encontrar en definitiva en el seminario XX Aun, que a es una función demasiado pálida, muy estrecha, demasiado significante, demasiado débil para designar lo que hay en él de goce. Me sucedió al dar un curso sobre este capítulo del seminario XX, donde se lee con todas las letras, que el objeto a es insuficiente para dar cuenta del goce y que así viene a inscribirse, en medio de un triángulo, una protuberancia informe sobre la cual está escrito solamente "goce". Y los seminarios que seguirán a este seminario XX dejarán de recurrir al formalismo, pacientemente construido durante los 20 años precedentes. Restan fragmentos, piezas dispersas, como si Lacan reempezara, luego de su seminario XX, con una perspectiva que había dibujado ya en su seminario X.

La lógica encarnada de los objetos a

Entonces, para nuestro congreso próximo, estaremos en medio de esta biblioteca, puesto que es en Lacan que vamos a buscar cómo proceder allí con los símbolos que nos dejó.

Y bien: propongo que para este congreso nos dejemos más bien guiar por el seminario La angustia, y en particular por su cuarta parte, "Las cinco formas del objeto a".

Allí, cada una de las formas está detallada, pero está detallada en el cuerpo. Cada una de estas formas del objeto a detallada como un pedazo del cuerpo. El a no aparece como el producto de una estructura articulada, sino como el producto de un cuerpo fragmentado. Sin duda estos objetos responden a una estructura común, estructura de borde, estructura de acodo, pero en el seminario La angustia, estas estructuras están enraizadas en el cuerpo.

Se puede ir más lejos aun, hasta marcar que el cuerpo está recortado por la estructura lingüística, se pueden revelar los isomorfismos entre el cuerpo y la estructura, pero es en el seminario La angustia que se ven los objetos a capturados por Lacan en el cuerpo mismo. Entonces, si vamos a hablar de los objetos a en la experiencia analítica, intentemos dar cuenta de la presencia del cuerpo en el discurso analizante.

Eso no es menos lógico, pero es una lógica encarnada.

El seminario XI al cual hago alusión, propone una formalización de los objetos a y una partición que coloca en un lado las funciones simbólicas de la identificación y de la represión (es lo que reconocí en el término de alienación), y en el otro, responde a la inscripción en intersección del objeto a. A partir de allí, en esta construcción de la alienación y de la separación,  que es como el resumen de los resultados del seminario La angustia y de los pequeños círculos de Euler, allí comienza la historia de la logificación del objeto a.

Los cinco objetos a naturales

En el seminario La angustia, si estamos más acá de este límite, la lista de los cinco objetos está hecha de los tres objetos freudianos –el objeto oral, el objeto anal, el objeto fálico– y los dos objetos lacanianos –el objeto escópico y el objeto vocal–, y estos cinco son en conjunto lo que Lacan llama los objetos a "naturales". Lacan ha desestabilizado bastante nuestra comprensión de la naturaleza para que se tenga que precisar lo que se entiende por ello, sin perder el beneficio de esta palabra "natural". Es necesario entender por ello que provienen de un cuerpo fragmentado, del cual son los restos. Por tanto, no voy a rehacer la lista de los cinco objetos poniendo allí mi grano de sal; me contentaré con señalar aquí algunas ligeras modificaciones en la elaboración de Lacan, puesto que es a menudo en estos intersticios que encontramos lo nuevo.

Por ejemplo, el objeto oral. En el seminario La angustia, la escisión es efectuada por Lacan entre el pezón, la punta del seno, y el seno como nutriente. Ve allí dos puntos originales: agarrado del pezón, la punta del deseo erótico, y agarrado al seno nutriente (soy yo quien añade "nutriente", pero en fin, esto va de suyo), el punto de angustia que desaparece por la satisfacción de nutrición esperada del seno. Y entonces está aquí la falta de la satisfacción que hace distinguir el punto en el cual la angustia puede surgir, del punto en el cual es el deseo el que se encuentra atrapado. Encontrarán esto en su lugar en el seminario La angustia, pero en la versión escrita que Lacan da de este pasaje en su texto Posición del inconsciente no se encuentra presente ya el pezón, y es el seno como tal lo que aparece como ese fragmento de cuerpo retirado al niño en el momento del destete y en la perspectiva de la castración. Estas dos versiones no se superponen exactamente, y por otra parte puedo aun precisar que por lo que concierne a esta lista de los objetos a, el pezón en tanto que diferente del seno, continúa figurando en el texto anterior, Subversión del sujeto y dialéctica del deseo

En cuanto al objeto anal, recordaré solamente que Lacan privilegia su abordaje en la perspectiva del ideal, es decir de la sublimación. Para el objeto fálico, está tan inserto en el cuerpo, que Lacan presenta en La angustia una fisiología del pene y enlaza su construcción con la naturaleza evanescente de la erección.

Los otros dos objetos debidos a Lacan, ellos, deben situarse en la dialéctica del deseo y no al nivel de la demanda, y como si estuvieran, de alguna manera, en relación directa con la división del sujeto, como si hicieran cuerpo con esta división, como presentificando, en el campo de la percepción, la parte libidinal que le está eludida. Es necesario notar aquí un pequeño vaivén entre el ojo y la mirada: es la función del ojo la que es privilegiada en La angustia, mientras que en el seminario XI es el objeto mirada aquel que es destacado como objeto inmanente de la pulsión escópica. En Lacan esto comporta una crítica al estadio del espejo, en tanto que el valor de la mirada, como el de la voz, se hallan recubiertos por la relación especular, y si Lacan ha vuelto a esto tan a menudo, en una especie de predilección por lo escópico, es precisamente por que ve allí, si me atrevo a decirlo, la relación más engañosa del sujeto en cuanto al objeto a, que se halla como desaparecido, eclipsado en la visión, de tal manera que el sujeto desconoce, más que nunca, lo que él pierde en lo que él cree ser contemplación.

Y entonces Lacan, de seminario en seminario ha perseguido este objeto escópico, inmanente a la pulsión, y este objeto, en el campo más abierto de la visión, se convierte justamente en su parte escondida. Se halla en Lacan también una crítica precisa de la posición especular, posición en la cual me reconozco, yo, en el espejo y donde yo me reconozco con otro, como compartiendo las calidades de seres semejantes. Este reconocimiento, que compartimos nuestra calidad de ser semejantes, tiene como consecuencia lógica el desconocimiento del a, del "no sé qué objeto soy para el Otro". Los reenvío sobre este punto precisamente al último capítulo de La angustia

Y está el objeto vocal, del cual Lacan indica un ejemplo mayor, la guía para la exploración, dado por la voz psicótica, precisamente por la voz inaudible.

He ahí cuales son los cinco objetos a, digamos, de la naturaleza. Es este uno de los registros de los objetos a.

Objetos de la cultura, objetos de la sublimación

El segundo registro está hecho de equivalentes de los primeros en la cultura. Al lado de los objetos naturales del cuerpo fragmentado, cada uno da lugar a una fabricación de objetos perecederos, lo que se produce a partir de los objetos naturales.

Y es así que se reproducen las imágenes, que se las guarda; de la misma manera, se transmite la voz, se la registra. Y sobre el ojo y sobre la voz se han edificado hoy grandes industrias.

Lo anal es lo perecedero por excelencia y se puede decir que todo lo que esta aquí guardado, depositado, tomado en masa, se torna hacia el objeto anal.

En cuanto al objeto oral, se sabe bastante el deterioro de la relación del sujeto con el objeto oral inducido por las costumbres alimenticias de la modernidad contemporánea.

Finalmente se puede agregar ahora, en lo relativo al objeto fálico, el complemento que reclama esta lista: toda una industria farmacéutica se ha edificado desde ahora sobre los fenómenos de la detumescencia, que para Lacan están en el corazón de su elaboración del falo evanescente.

En un tercer registro, luego de los objetos a naturales y de los equivalentes de los primeros en la cultura, haremos entrar todos los objetos de la sublimación, todos los objetos que pueden llegar al lugar del objeto perdido como tal, es decir que pueden llegar al lugar de la Cosa. Allí es necesario reconocer a Duchamp, su genio de ready-made, que muestra lo que el arte debe a su reconocimiento en un contexto.

He ahí los tres registros que me parecen distinguirse en el abordaje de los objetos a.

El objeto causa

Y el objeto causa ¿dónde está? Lo que Lacan llama "el objeto causa" en su diferencia con el objeto intención, el cual guarda su valor al nivel de lo conciente, es lo que en Freud se llama la zona erógena. El objeto causa, al contrario del objeto intención, por estructura, está escondido y desconocido.

Y se hablará también del analista. Si el analista puede ser asimilado al objeto a, es en tanto objeto causa de un análisis y en tanto que ha levantado el desconocimiento del objeto a, es decir, aquí el desconocimiento de su acto.

El objeto a tiene como tal, la prioridad en el campo de la realización subjetiva, el primero de los objetos a ceder, en lo relativo al acto, es lo que desde siempre, nota Lacan, se llamó las obras en la teología moral.

Y bien, para volver al comienzo de esta presentación, para un analista, sus analizantes, aun coronados con el título de Analista de la Escuela, no son sus obras. La obra, si hay alguna, el opus, está más allá.

Gracias.

Notas

[1] Presentación hecha en Roma el 15 de julio del 2006, del tema del próximo Congreso de la AMP.

[2] Jacques Lacan, Le Séminaire, livre X, l’Angoisse, Paris : Seuil, 2004, p. 389.

Traductor: Juan Fernando Pérez

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